domingo, 15 de julio de 2007

EL AMIGO INVISIBLE


¿Quién no ha tenido, en su infancia, un amigo invisible? Invisible hasta de nombre. Pero con una visibilidad insuperable de lo más hondo de nuestro corazón. Ese corazón que se debatía en medio de una lógica que, a pesar de lo evidente, los adultos tomaban a risa y a todos repetían, sin cesar, a la conclusión que habíamos llegado.


Cosas que hoy nos parecen carentes de toda importancia, pero que fueron en su momento causa de decepciones y perplejidades... y por qué no, tal vez si en lugar de ser motivo de burla alguien nos hubiera dicho "no, mira, esto no es así...", hubiéramos madurado un poquito más y aprender a querernos también.


Si a esto le sumamos que las pequeñas o grandes travesuras, pero que tampoco iban más allá, eran recibidas por nuestros adultos como gravísima ofensa, y a la menor ya teníamos los 5 dedos plantados en un carrillo, sin opción a explicar nuestras razones -fueran o no factibles- el nacimiento del amigo invisible, en realidad era cuestión de tiempo.


No le dabamos nombre. Y menos aún, ni voz. Sólo buscábamos, en nuestra soledad, un poco de consuelo, alguien a quien poder contar tanto penas como alegrías. Si, algo no menos habitual, nuestro timbre de voz era un tanto alto, ahí, detrás de la puerta, no faltaba el hermano burlón, la madre preocupada o cualquier otro familiar que, normalmente, cara a cara no nos hacía ni caso, pero por morbo o vaya a saber usted qué, si en un momento dado te levantabas y abrías la puerta, veías por los pasillos una estampida que ni los recientes encierros de San Fermín.


Entonces volvías a tu amigo invisible. Pero en lugar de utilizar la voz -sabías que volverían a poner el oído- usabas el pensamiento. El único sonido que emitías era un carraspeo, algún estornudo... pero ni una palabra. Porque tu pensamiento, incendiado por el enfado y deprimido por la sensación de no importar, se volvía un torbellino de sentimientos encontrados. Gesticulas de rabia que se estrella contra el muro impenetrable del silencio. De pronto, frenas en seco. El clack de la puerta te indica que te llaman para cenar y acostarte, que mañana tienes colegio. Tu amigo invisible, no obstante, te acompaña. 
Eso es un amigo, aunque sea invisible.