lunes, 24 de marzo de 2008

El imperativo del verbo AMAR

Quien haya ido, de pequeño a la escuela, posiblemente recuerde, entre otras asignaturas, la llamada GRAMÁTICA o LENGUA o CASTELLANO, según sea de uno u otro país. Y también la parte referente a los verbos, la primera, segunda y tercera conjugación, referida a si el infinitivo de dicho verbo termina en "ar", "er" o "ir". A quienes de siempre la gramática nos parecía una verdadera aventura, por el hecho de tener las herramientas para poder crear nuestras historias, con mejor o peor fortuna, esta parte era crucial, pues te daba la sensación de movilidad que las otras no ofrecían.

Pero no es de verbos regulares o irregulares, transitivos o no, de lo que quiero hablar. Sino de una, llamemósle, pequeña incongruencia entre la gramática y la realidad de cada uno. Y es que al verbo AMAR se le considera REGULAR, pues todos sus modos y tiempos se ajustan a una forma misma del verbo en sí que no pierde... De acuerdo.

Sin embargo, y pese a esa regularidad gramatical, ¿alguien es capaz de ordenar o prohibir al corazón que ame, que nazca o muera un tierno sentimiento del que nadie es dueño? El amor, como sustantivo, conoce infinidad de definiciones. Por tanto, tampoco hay ninguna que sea universal. Y también de adjetivos... "Amor fraternal" "Amor filial" "Amor paternal"... etc. A pesar de la diversidad, todos son reconocibles tanto por quien los siente como por quien lo recibe... El caso, tal vez, lo más cruel en cierto modo, es que en todas sus formas hay que saberlo conquistar, saber despertar ese sentimiento hacia uno. Y da igual quién sea, si esa muchacha que tanto nos agrada y a quien todo el mundo desearía atrapar o aquel chico que no sabe ni cómo somos. Es algo que vivimos cada día de nuestra existencia, en nuestro entorno.

Si al amor hay que ganarlo es porque, primero, algo nace dentro de nosotros, sin que nadie sepa cómo ni cuándo. Va floreciendo. Y busca su objetivo, esa persona que despierta lo más noble que alberga el corazón humano: la ternura. Por tanto, vuelvo al principio. El verbo AMAR, gramaticalmente hablando, sí tiene imperativo. Pero en el momento que cerramos el libro y salimos a la calle, esos ojos que nos encandilan, esa mirada que parece tener un halo divino... deja de tener imperativo para sólo conocer un modo, el indicativo, y un tiempo, el presente.