jueves, 25 de septiembre de 2008

ESE AFAN DE DESTRUCCION...

A veces me pregunto a qué viene el querer destruir, sea lo que sea, y además convertirlo en símbolo de fuerza, de poder. Hacer lo fácil -destruir- no tiene mérito. Pero lo difícil -construir- sí lo tiene. Para levantar una pared de ladrillos, por ejemplo, necesitas los ladrillos, el cemento que los una, la plomada... y paciencia y una cierta habilidad que no todos poseen. Pero tirarlo abajo... ¿además de potencia en la patada, qué más hace falta? Que yo sepa, nada. Bueno, dependiendo de altura y grosor quizá algo más.
Obras que duraron siglos, milenios, como las estatuas de Buda en Afganisthan, se tardaron mucho en esculpir... y apenas unos minutos en dejarlas reducidas a polvo. ¿Tiene o no más mérito el que esculpiera cada una de ellas o la dinamita que las destruyó? En ese caso, aparte del fanatismo e ignorancia total de quien ordenara semejante atropello, sólo arrebatar un tesoro de incalculable valor a la Humanidad, lejos de cualquier tipo de creencia religiosa. La buena noticia es que, según he sabido hace unas semanas, del vandalismo ciego se salvaron algunas estatuas de Buda.
A lo largo de la Historia, basándose en injustificables justificaciones, se han destruido verdaderos tesoros. Algunos tan impresionantes como la Biblioteca de Alejandría... Un atentado al conocimiento como pocos. Da igual quién o en nombre de qué se haga el destrozo. Mi pregunta es el porqué de tal afán. Dónde ven el poder, dónde ven la fuerza, dónde ven... si, como digo, la destrucción en sí es lo más fácil y rápido.
Construir una vida, requiere como sabemos de muchos puntos muy concretos y determinados, que hagan que el resultado sea la vida misma. Acabar con una vida... tienes infinidad de maneras y circunstancias.
Más misterio es la construcción, la creación... que el malograr algo o a alguien.
Ya sé que parece una perogrullada, pero me doy cuenta que muchos radican su poder en la capacidad destructiva que tienen. Y así nos luce el pelo a todos.