viernes, 3 de octubre de 2008

CON EL CLERO HEMOS TOPADO (I)

En cualquier asociación, del tipo que ésta sea, tanto derecho asiste la jerarquía de admitir y expulsar, como al miembro común de permanecer o marcharse. Sin embargo, en este país reacio a todo lo que huela a simple libertad, y a pesar de los años ya transcurridos desde la muerte del dictador, una vez más la jerarquía eclesial quieren ejercer su aplastante poder sobre el ciudadano. Pues, según una sentencia creo que del Tribunal Supremo, resulta que la Iglesia tiene todo el derecho del mundo a restringir union, pero el católico no la tiene a marcharse.

Es el colmo de la prepotencia. No hay mayor arrogancia, para quienes hablando de caridad se dedican a condenar cualquier actitud sin un mínimo de preguntarse "por qué". Así que quien quiera apostatar, ya que no puede hacerlo por la vía de presentarse al arzobispado para decir "me voy", se verá obligado a hacer o decir algo -y contarlo a los cuatro vientos, claro está- que sea motivo de expulsión.

Con el Derecho Canónico en la mano, ver qué prohíbe expresamente la Iglesia bajo pena de excomunión, hacerlo y decirlo. Da igual de qué se trate. Añadir el agravante -por llamarlo de alguna manera- "me dio la gana y lo hice, y no quiero tu perdón, hipócrita".

Si no me equivoco, a fé mía, que todo empezó hace tres años o así, cuando en España se legalizó el matrimonio homosexual y que las operaciones y tratamientos de los transexuales, pudieran ser por la Seguridad Social en todo el país, y no solo en algunas comunidades autónomas. En aquel orgullo gay muchos firmamos apostasía, que fue nuestro grito de rebeldía ante la intolerancia de la Conferencia Episcopal, negándonos, simple y llanamente, el derecho a ser felices, sin mentiras ni tapujos. Vivir la vida conforme a sentimientos nobles con quien nos ame y amemos. Tener hijos -adoptados o vía artificial- y la dicha de la paternidad.

Y nos llaman degenerados por "ser" quienes a los abusadores de menores los tapan y ocultan, sin entregar a la Justicia.

Tanta homofobia en la Conferencia Episcopal, tan radical, me lleva a preguntarme cuántos homosexuales reprimidos -reprimidos de cara a la galería, claro- habrá en las filas clericales.

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